viernes, 23 de abril de 2010

SOMOS EL PRESENTE

Por Jesús Castillo More

En su discurso de aceptación del Premio de Economía, Rey Juan Carlos I, el Economista Xavier Sala i Martin, cuenta que hace poco estuvo en África intentando explicar a los niños de una escuela primaria, que ellos eran el futuro del país, el futuro del continente.
Una niña de 12 años que no llevaba uniforme, porque seguramente no lo podía pagar, levantó la mano y le dijo: “Profesor, quizá en su país los niños representen el futuro. En África, somos el presente.”
Significa que en África como en América Latina no hay tiempo que perder. Las elevadas tasas de desnutrición infantil, consecuencia de los elevados índices de pobreza extrema, son una grave amenaza para el desarrollo físico intelectual de millones de niños en el tercer mundo.
En su exposición, Xavier Sala se refirió a las dos preguntas más importantes que podemos hacernos los economistas en la actualidad. De su respuesta correcta depende el bienestar de centenares de millones de ciudadanos. Las preguntas son ¿Por qué son pobres los ciudadanos del tercer mundo? y ¿Qué hay que hacer para que dejen de serlo?
Hoy en día, dice Sala, el bienestar de los ciudadanos no depende tanto de su clase social, sino del país donde viven: un taxista, un médico, un agricultor o un obrero en Estados Unidos o en Japón vive mucho mejor que un ciudadano con exactamente la misma profesión en Zambia o en Piura.
“A pesar que muchos analistas han argumentado que la globalización hace que las fronteras ya no importen, yo diría que importan más que nunca” dice Sala.
Para entender, pues, por qué unos ciudadanos son pobres y otros ricos, debemos entender por qué unos países son ricos y otros somos pobres. Como diría el fundador de la Economía Adam Smith, la pregunta es ¿Cuáles son las causas de la Riqueza de las Naciones? El propio Smith explicó en 1776 que la clave era la existencia de un marco institucional que garantizara el intercambio o libre comercio, que permita explotar las enormes ganancias de productividad que generaba la especialización y la división del trabajo. Posteriormente, Joseph Schumpeter nos dejó un dramático y lúcido análisis del progreso tecnológico, en el que las empresas trataban de robarse cuota de mercado las unas a las otras no a través de bajar precios, sino a través de la innovación. Las sociedades que progresaban se dotaban de un sistema legal que garantizaba esa propiedad intelectual, que incentivaba económicamente a investigar y descubrir nuevos productos y mejores procesos productivos.
Con la gran depresión de los años 30, Harrod y Domar se interesaron en la inversión en capital físico e infraestructura, donde la clave del progreso es el ahorro y la inversión. Bajo su influencia, el método de la brecha financiera usado por el Banco Mundial para decidir los montos de ayuda consiste en decidir la tasa de crecimiento deseado para un país, seguidamente se estima la inversión que se requiere para conseguir ese crecimiento y luego se calculan los ahorros disponibles por parte de los residentes; finalmente, la diferencia entre la inversión requerida y los recursos disponibles en el país es el monto que el Banco Mundial ofrece financiar.
Rostow propuso que el proceso de desarrollo y crecimiento económico está formado por diferentes “etapas”. Propuso diferentes etapas, que preparaban a la economía para invertir en capital físico y conseguir el anhelado “despegue”. Lo que parece razonable, dice Sala, es pensar que las políticas e instituciones que una economía pobre debe enfatizar no son las mismas que las de una economía más desarrollada.
A mediados de los ochenta, el crecimiento económico renació liderado por Robert Lucas y Robert Barro entre otros. Se reintrodujo el progreso tecnológico como el motor del progreso económico y se estudiaron los mecanismos prácticos para inducir a las empresas a realizar investigación en las áreas que más interesan a la sociedad. También se habló del capital humano y de la inversión en las personas (educación y salud). Se estudió el rol del comercio internacional (globalización), del rol de las instituciones, la corrupción, la burocracia, el tamaño del estado y las distorsiones que éste introduce en la economía, la estabilidad macroeconómica y la inflación, la existencia de mercados negros y economía informal, la inseguridad ciudadana, el papel del sistema financiero e incluso el rol de la geografía.
La lección más importante de estos dos siglos de investigación económica es que no existen fórmulas mágicas. La teoría de las etapas del desarrollo nos dice que una de estas hipótesis pueden ser ciertas para algunos países en algunos momentos de su historia y otras pueden ser ciertas para otros países u otros momentos. Por ejemplo, dice Sala, el problema del crecimiento económico de la España actual puede ser la escasa inversión en tecnología o la falta de competencia real en algunos sectores. Que eso sea cierto no quiere decir que Zambia o Perú tenga los mismos problemas, ya que se encuentran en otra etapa o estadio de desarrollo en el que lo más importante puede ser la educación primaria, la salud pública y el mantenimiento de los derechos de propiedad, la ley y el orden público.
La corrupción de los gobiernos ha tenido una implicación adicional importante: la ayuda internacional ha sido robada o despilfarrada.
En etapas avanzadas de desarrollo, la calidad de la educación universitaria y profesional es la que determina el éxito de un país. En estados más primitivos, por otro lado, lo más importante es la educación primaria. Además de tener repercusiones económicas, la educación primaria tiene otro tipo de incidencias sociales. Por ejemplo, la educación de las niñas reduce el número de hijos, mejora la salud de esos hijos y disminuye la mortalidad infantil.
En las últimas décadas, el Banco Mundial ha invertido miles de millones de dólares en la construcción de escuelas, suministro de libros y materiales y de remuneración para profesores. La educación sin embargo no mejora. Una explicación, dice Sala, es que el factor más importante en la educación de los niños no es la escuela, ni los libros, ni siquiera los maestros: lo más importante es el tiempo que le dedican los propios niños. Muchos niños no pueden ir al colegio porque necesitan trabajar. Entendiendo este grave problema, el presidente mexicano Ernesto Zedillo diseñó el Programa “Progresa”. El objetivo era inducir a los niños más pobres a ir al colegio en lugar de trabajar. La única manera de conseguirlo era dar al niño unos ingresos alternativos, por lo que se decidió pagar un salario a los niños que iban al colegio. No era una beca que se daba al empezar el curso. Era un salario: el niño no cobraba si no acudía a clase y su remuneración aumentaba a medida que iba mejorando en sus notas y aprobando sus cursos.
El programa de Zedillo fue un éxito tan espectacular, que otros países lo han empezado a copiar. El Plan “Pro Perú” es un intento.
La corrupción y la incompetencia de los gobiernos dice Sala, hacen que las arcas públicas no cuenten con recursos suficientes para financiar este tipo de programas. Es más los líderes políticos no están por esta labor salvo por razones electorales. Por esta razón un grupo de particulares liderados por Sala, ha creado la Fundación Umbele (www.umbele.org) que significa Futuro. Canaliza recursos desde los países ricos hacia ciudadanos africanos, intentando saltarse mediante misioneros confiables y sin gastos administrativos, las burocracias corruptas de los gobiernos y caciques locales y sin el despilfarro que a menudo tienen las grandes ONG, concluye Sala.

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