domingo, 3 de junio de 2012


Por qué Grecia?
PIEDRA DE TOQUE: Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que ésta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso. Ella es el símbolo de Europa

En aquella cena, hace ya varios años, me sentaron junto a una señora de edad que cubría sus ojos con unos grandes anteojos oscuros. Era amable, elegante, hablaba un francés exquisito y, pese a que hacía grandes esfuerzos por disimularlo, en todo lo que decía y opinaba se traslucía una enorme cultura. Sólo a media cena advertí, por las grandes precauciones con que manejaba los cubiertos, que era ciega o, cuando menos, que su visión era mínima. Sólo después de despedirnos, averigüé que Jacqueline de Romilly era una gran helenista, catedrática de griego clásico en la École Normale y en la Sorbona, la primera mujer en ser elegida miembro del Colegio de Francia y una de las pocas representantes del género femenino en la Academia Francesa.
El primer libro suyo que leí, Pourquoi la Grèce?, me deslumbró tanto como su persona. Aunque lo que dice y cuenta en él ocurrió hace 25 siglos, es de una extraordinaria actualidad y su lectura debería ser obligatoria en estos días para aquellos europeos que, espantados con lo que está ocurriendo en Grecia, su deuda vertiginosa, su anarquía política, su empobrecimiento pavoroso y la ascensión de los extremismos fascista y comunista en sus últimas elecciones, creen que la salida de ese país de la moneda única, e incluso de la Unión Europea, es inevitable y hasta necesaria.
El libro cuenta cómo la joven Jacqueline leyó en sus años escolares a Tucídides y cómo la impresión que hizo en ella uno de los dos fundadores de la disciplina histórica (con Heródoto) orientó su vocación a los estudios de la Grecia clásica, a la que dedicaría su vida. El ensayo pasa revista, de manera clara, entretenida y profunda —rara alianza para una especialista— a ese milagroso siglo V antes de nuestra era en el que la historia, la filosofía, la tragedia, la política, la retórica, la medicina, la escultura alcanzan en Grecia su apogeo y sientan las bases de lo que con el tiempo se llamaría la cultura occidental. Homero y Hesíodo son bastante anteriores al siglo V, desde luego, y hay artistas, pensadores y comediógrafos posteriores a ese marco temporal. El ensayo no vacila en retroceder o avanzar para incluirlos en el legado griego, aunque el grueso de lo que llama “una visita guiada a través de los textos” se concentra en ese pequeño período de 100 años en que en el reducido espacio del mundo heleno hay como una eclosión frenética, enloquecida, de creatividad en todos los dominios del espíritu, con ideas, modelos estéticos, patrones intelectuales, inventos y descubrimientos, gracias a los cuales la civilización del logos tomaría una distancia decisiva respecto a todas las otras culturas del pasado y de su tiempo y, sin pretenderlo ni saberlo, cambiaría para siempre la historia del mundo.
Jacqueline de Romilly muestra que en Grecia nacieron, o cobraron una realidad y dinamismo que nunca tuvieron antes en la vida social de pueblo alguno, los factores determinantes del progreso humano, como la democracia, la libertad, el derecho, la razón y el arte emancipados de la religión, las nociones de igualdad, de soberanía individual, de ciudadanía, y una manera absolutamente nueva de relacionarse el hombre con el más allá y con los dioses, además, por supuesto, de una idea de la belleza y de la fealdad, de la bondad y la maldad, de la felicidad y la desdicha, que, aunque con los inevitables matices y adaptaciones que ha ido imponiéndoles la historia, siguen vigentes.
Los diálogos socráticos y platónicos enseñaron que conversar es una manera más civilizada de convivir
Maravilla que un pueblo tan pequeño y tan poco cohesionado políticamente, hecho de unas cuantas ciudades y colonias repartidas por Europa y el Asia Menor, que conservaban un enorme margen de autonomía entre ellas, un pueblo tan instintivamente reticente a conformar un imperio, a practicar el imperialismo y a someterse a la prepotencia de un tirano (como hicieron todos los otros) haya sido capaz de dejar en la historia de la humanidad una huella tan honda, tan presente todavía tantos siglos después, en tanto que casi todos los otros grandes imperios o civilizaciones —los persas y los egipcios, por ejemplo— sean ahora sobre todo, sin olvidar ninguna de sus maravillas, piezas de museo.
No fue un accidente, ni obra del azar, hubo razones para ello y el libro de Jacqueline de Romilly las hace desfilar ante nuestros ojos con la misma desenvoltura, belleza y elegancia con que su conversación me hechizó a mí aquella noche. Los diálogos socráticos y platónicos, además de una manera de filosofar, nos explica, enseñaron a los seres humanos que conversar, hablar en grupo, es una manera más civilizada y ética de convivir que dando órdenes u obedeciéndolas, una forma de la comunicación que reconoce o establece de entrada una igualdad de base, una reciprocidad de derechos, entre los interlocutores. Así fue surgiendo la libertad, desanimalizándose el hombre, naciendo de verdad la humanidad del ser humano.
Esta demostración en Pourquoi la Grèce? no aparece como un discurso abstracto, sino a través de comentarios y de citas literarias, porque, como su autora no se cansa de repetirlo, todo aquello que constituye una cultura está esencialmente representado en sus obras literarias, y la verdadera crítica es aquella que escudriña la poesía, la narrativa, el drama, los ensayos que una sociedad produce en busca de esas verdades recónditas que alimentan su imaginación e impregnan las aventuras y los personajes a que sus artistas dieron vida para aplacar la sed de absoluto, de vivir otras vidas, de sus gentes.
“Sin saberlo, respiramos el aire de Grecia a cada instante”, dice en una de sus páginas. No es la menor de las paradojas que los griegos, que nunca conquistaron a pueblo alguno y sólo combatieron en defensa de su libertad, hayan dominado luego discretamente al mundo entero, empezando por Roma, cuyas legiones creyeron apoderarse de Grecia sin esfuerzo, cuando, en verdad, sería el pueblo vencido el que terminaría por infiltrarse en la mente, el espíritu y hasta la lengua del conquistador. (El ensayo revela que, durante buen tiempo, fue de buen gusto entre las familias romanas contemporáneas de Cicerón y de Virgilio hablar en lengua griega).
Lo sorprendente es que haya todavía tantos griegos que sigan creyendo en la democracia
Es verdad que la Grecia de nuestros días es muy distinta de aquella donde se construyó el Partenón, en la que peroraba Solón y esculpía Fidias sus estatuas. En los 25 siglos intermedios su pueblo ha experimentado acaso más infortunios y catástrofes que la mayoría de los otros: guerras externas e internas, ocupaciones que por siglos acabaron con su libertad, tiranías y segregaciones que varias veces amenazaron con desintegrarla. Esta mañana leo en el International Herald Tribune una espeluznante descripción del estado de su economía, los grotescos privilegios de que han gozado en todos estos años sus armadores, banqueros y empresarios más prósperos, exonerados de pagar impuestos, y las fortunas que han fugado y siguen fugando del país hacia Suiza y los paraísos fiscales más seguros del planeta, en tanto que el pueblo griego se sigue empobreciendo, viendo encogerse sus salarios o pasando al paro, a la mendicidad y al hambre.
Ante este panorama, lo que debería sorprender no es que muchos griegos hayan votado en las últimas elecciones por nazis y extremistas de izquierda; sino, más bien, que haya todavía tantos griegos que sigan creyendo en la democracia, y que las encuestas para la próxima elección señalen que los partidos de centro izquierda, centro y centro derecha, que defienden la opción europea y aceptan las condiciones que ha impuesto Bruselas para el rescate griego, podrían obtener la mayoría y formar gobierno.
Mi esperanza es que así sea porque, simplemente, Grecia no puede dejar de formar parte integral de Europa sin que ésta se vuelva una caricatura grotesca de sí misma, condenada al más estrepitoso fracaso. Europa nació allá, al pie de la Acrópolis, hace 25 siglos, y todo lo mejor que hay en ella, lo que más aprecia y admira de sí misma, incluyendo la religión de Cristo —una de las páginas más hermosas del ensayo de Jacqueline de Romilly explica por qué buena parte de los Evangelios se escribieron en lengua griega—, así como las instituciones democráticas, la libertad y los derechos humanos tienen su lejana raíz en ese pequeño rincón del viejo continente, a orillas del Egeo, donde la luz del sol es más potente y el mar es más azul. Grecia es el símbolo de Europa y los símbolos no pueden desaparecer sin que lo que ellos encarnan se desmorone y deshaga en esa confusión bárbara de irracionalidad y violencia de la que la civilización griega nos sacó.
© Mario Vargas Llosa, 2012.
© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2012.


EL PROGRAMA DE LA AUSTERIDAD
PAUL KRUGMAN
EL PAÍS, 3 de Junio de 2012

"El auge económico, y no la crisis, es el momento adecuado para la austeridad”. Eso afirmaba John Maynard Keynes hace 75 años, y tenía razón. Aun cuando se tenga un problema de déficit a largo plazo —¿y quién no lo tiene?—, recortar drásticamente el gasto mientras la economía está profundamente deprimida es una estrategia contraproducente porque no hace más que agravar la depresión.
¿Y por qué el Reino Unido está haciendo exactamente lo que no debería hacer? A diferencia de los Gobiernos de, por ejemplo, España o California, el Gobierno británico puede adquirir préstamos con total libertad a unos tipos de interés más bajos que nunca. Así que, ¿por qué el Gobierno está reduciendo drásticamente la inversión y eliminando cientos de miles de puestos de trabajo en el sector público en vez de esperar a que la economía sea más fuerte?
En los últimos días he planteado esa pregunta a algunos defensores del Gobierno del primer ministro David Cameron, unas veces, en privado, y otras, en la televisión. Y todas esas conversaciones han seguido la misma pauta: han empezado con una mala metáfora y han terminado con la revelación de los motivos ocultos.
La mala metáfora —que seguramente habrán escuchado muchas veces— equipara los problemas de deuda de una economía nacional con los problemas de deuda de una familia individual. Una familia que ha asumido una deuda excesiva, cuenta la historia, debe apretarse el cinturón. De modo que si el Reino Unido en su conjunto ha asumido una deuda excesiva (cosa que ha hecho, aunque es, en su mayoría, deuda privada, más que pública), ¿no debería hacer lo mismo? ¿Qué tiene de malo esta comparación?
Keynes advertía que el auge  era el momento para la austeridad 
La respuesta es que una economía no es como una familia endeudada. Nuestra deuda es en su mayoría dinero que nos debemos unos a otros; y lo que es aún más importante, nuestros ingresos provienen principalmente de lo que nos vendemos unos a otros. Sus gastos son mis ingresos y mis gastos son sus ingresos.
¿Y qué pasa si todo el mundo simultáneamente reduce drásticamente el gasto en un intento de pagar lo que debe? La respuesta es que los ingresos de todo el mundo se reducen; mis ingresos disminuyen porque ustedes están gastando menos, y sus ingresos disminuyen porque yo estoy gastando menos. Y, a medida que nuestros ingresos se hunden, nuestro problema de deuda se agrava, no mejora.
Esto no es nada nuevo. El gran economista estadounidense Irving Fisher ya lo explicó allá por 1933, y resumió lo que él llamaba “deflación de la deuda” con el conciso y expresivo eslogan: “Cuanto más pagan los deudores, más deben”. Los acontecimientos recientes, sobre todo la mortal espiral de la austeridad en Europa, han ilustrado de manera trágica la verdad de las ideas de Fisher.
Y hay una moraleja clara en esta historia: cuando el sector privado intenta desesperadamente pagar lo que debe, el sector público debería hacer lo contrario, y gastar cuando el sector privado no puede o no quiere. Desde luego que debemos equilibrar nuestro presupuesto una vez que la economía se haya recuperado, pero no ahora. La expansión, y no la crisis, es el momento adecuado para la austeridad.
Si el sector privado intenta pagar lo que debe, el sector público debería hacer lo contrario
Como ya he dicho, esto no es nada nuevo. Así que ¿por qué tantos políticos insisten en aplicar medidas de austeridad durante la crisis? ¿Y por qué no cambian de estrategia ni siquiera cuando la experiencia confirma las lecciones de la teoría y la historia?
Bueno, aquí es donde la cosa se pone interesante. Porque cuando uno presiona a los defensores de la austeridad haciéndoles ver lo malo de su metáfora, casi siempre se refugian en afirmaciones como: “Pero es esencial que reduzcamos el tamaño del Estado”.
Ahora bien, estas afirmaciones suelen ir acompañadas de aseveraciones sobre que la propia crisis económica demuestra la necesidad de reducir el Estado. Pero eso es manifiestamente falso. Fíjense en los países europeos que han capeado mejor el temporal y, en lo alto de la lista, encontrarán naciones con grandes Estados como Suecia o Austria.
Y si se fijan, por otro lado, en los conservadores del país admirados antes de la crisis, encontrarán que George Osborne, ministro de Economía y Hacienda del Reino Unido y arquitecto de la actual política económica del país, describe Irlanda como “un magnífico ejemplo del arte de lo posible”. Mientras tanto, el Instituto Cato elogia los bajos impuestos de Islandia y espera que otros países industrializados “aprendan del éxito de Islandia”.
Así que la defensa de la austeridad en el Reino Unido no tiene en realidad nada que ver con los déficits; tiene que ver con usar el pánico al déficit como excusa para desmantelar programas sociales. Y esto es, por supuesto, exactamente lo mismo que ha estado pasando en EE UU.
Para ser justos con los conservadores del Reino Unido, no son tan toscos como sus homólogos estadounidenses. No claman contra los males de los déficits para, acto seguido, exigir enormes reducciones de impuestos para los ricos (aunque, de hecho, el Gobierno de Cameron ha rebajado considerablemente los tipos impositivos más altos). Y, en general, parecen menos decididos que la derecha estadounidense a ayudar a los ricos y castigar a los pobres. Aun así, la dirección de la política es la misma; y también la esencial falta de sinceridad de los llamamientos a favor de la austeridad.
La gran pregunta aquí es si la evidente incapacidad de la austeridad para producir una recuperación económica conducirá a un plan B. Es posible. Pero sospecho que, aun cuando se anuncie dicho plan, no supondrá gran cosa. Porque la recuperación económica nunca ha sido el objetivo; la defensa de la austeridad siempre ha pretendido utilizar la crisis, no resolverla. Y sigue siendo así. J
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y Premio Nobel 2008.
(c) New York Times Service 2012.
Traducción de News Clips.

EL EURO Y LA TRAGEDIA GRIEGA
Jesús Castillo More
El Producto Bruto Interno (PBI)  de un país es igual a la Demanda Agregada, que es la suma del gasto en consumo, más inversión, más gasto público, más  la Balanza Comercial, (diferencia entre exportaciones e importaciones).  La suma de los tres primeros componentes se conocen como gasto interno. De esta manera, podemos ver fácilmente, que el PBI menos el gasto interno es igual a la Balanza Comercial.
La interpretación económica de esta aritmética elemental, es que si un país está importando más de lo que exporta, está gastando internamente más de lo que produce. Para que esto sea posible, el país debe contar con suficientes reservas internacionales para financiar su exceso de importaciones, o tener acceso al endeudamiento externo, recibir donaciones o privatizar sus empresas públicas.
Durante muchos años, los países europeos han vivido bajo el predominio del Estado de Bienestar, donde se deja al Estado la tarea de garantizar altos niveles de vida para la población, para lo cual se contaba con una alta presión tributaria y con el endeudamiento externo como mecanismo de financiamiento del exceso de gasto del país. El nacimiento del Euro como moneda única para todos los países de la Unión Europea, significó acatar acuerdos respecto a limitar sus déficits y niveles de endeudamiento, para quedar todos bajo la dirección monetaria del Banco Central Europeo, lo que significa que cada país pierde la capacidad de emitir moneda. Si el país agota sus reservas, y no tiene acceso a endeudamiento externo, por aritmética simple, ya no puede importar más de lo que exporta, y en consecuencia debe reducir el gasto interno: consumo, inversión y gasto público.
En un reciente artículo (Los Griegos lo apuestan todo), el Economista Xavier Sala y Martin, se refiere a la situación actual en Europa, donde Grecia puede gatillar una catástrofe económica no solo para Europa sino para el mundo. Si Grecia debe el 165% de su PBI, para recibir crédito debe estar dispuesto a pagar tasas de interés más altas y ve que los acreedores se le ausentan incluso sus socios comerciales europeos.
Dice Sala y Martin que si la Eurozona decide cortar la ayuda, pasarían dos cosas: Primero, Grecia se queda sin Euros, lo que llevaría a algunos Bancos a la quiebra. Esto da lugar a un retiro masivo de los depositantes Griegos. Para controlar el pánico, el gobierno Griego crearía un “corralito” como el Argentino, con el consiguiente caos y malestar. Segundo, el gobierno se verá obligado a reducir su déficit fiscal desde el 10% del PBI actual, no ya al 5% que le exige Europa, sino al 0%.
Estos recortes más drásticos empeorarían la crisis: El consumo, la inversión y el PBI caerían 30%.
El gobierno tendría que recurrir a pagarés  para salarios y proveedores (gretacones, como los patacones de Argentina). Estos gretacones a falta de Euros, se convertirían en la moneda Griega.
El poder adquisitivo de los gretacones y por lo tanto de los salarios, caería un 70% por la falta de confianza en el gobierno. Para salvar la situación, el gobierno griego introduciría un nuevo Dracma. Esto obligaría a que todos los contratos en Euros pasen a Dracmas. Los ahorros en Euros se devolverían en Dracmas desvalorizados en un 50 o 70%. Si el Dracma se abarata, también lo harían las exportaciones y el turismo griegos y esto empezaría la recuperación económica. Pero si el gobierno no logra reducir el déficit fiscal, seguiría imprimiendo Dracmas, lo que dispararía la inflación hasta 70, 100% o desembocar en hiperinflación. Por tanto, el abandono del Euro, concluye Sala y Martin puede ser beneficioso si se da el primer caso de alentar el turismo, o llevar a una catástrofe hiperinflacionaria.
Sala y Martin se pregunta por qué se arriesgan tanto los griegos al rechazar el ajuste, y responde que es porque saben que si bien los costos para ellos son graves, lo son más para la Eurozona. Una vez que se diera la señal que el Euro se puede romper, el pánico y la especulación podrían invadir países como Portugal, Italia, España e incluso Francia, donde la gente pensaría que les puede pasar lo que a los Griegos. Eso quebraría bancos, generaría corralitos, pobreza, emigración y un cataclismo económico sobre Europa y el mundo. De hecho, el pánico ya empezó y mucha gente demanda ahora dólares para asegurarse, lo que está haciendo subir el precio del dólar. Ante este panorama, a la Canciller Alemana Ángela Merkel, no le va quedando más que  seguir dando ayuda sin condiciones; el problema es que esto no puede durar indefinidamente.