domingo, 25 de abril de 2010

FAMILIA Y SOCIEDAD (I)
Por: Jesús Castillo More
En su libro “Familia y Sociedad” (Editorial Universitaria, Santiago 1998), el profesor de sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pedro Morandé se pregunta cual es el fundamento de la conocida afirmación de que la familia es la “célula básica de la sociedad”.
Responde que la familia está íntimamente vinculada a la ontogénesis que es el proceso mediante el cual un ser humano particular llega a la existencia y se desarrolla en ella como ente individual.
Se nace y se muere en familia, en ella se adquieren los rasgos más fundamentales e inconscientes del carácter y de la identidad personal, como los hábitos más variados en relación al trabajo, valores, la educación, el ahorro, el gasto, la salud, la enfermedad, las diferencias de comportamiento, las maneras de sentarse a la mesa, de conversar y discrepar, de valorar el tiempo y tantas otras características que determinan el pensamiento, la acción y la comunicación de las personas. Incluso, quienes por su historia personal han visto destruida o debilitada su familia y la han experimentado con sentido traumático en alguna circunstancia, no les será fácil superar la influencia que los vínculos familiares habrán dejado en su carácter o en su memoria.
La familia está íntimamente vinculada a la ontogénesis de cada ser humano y acompaña una parte fundamental de su desarrollo, especialmente en el momento de formación de la identidad personal. En ella se aprende que significa ser persona.
En segundo lugar, la afirmación tiene un fundamento histórico y social, verificado por antropólogos y sociólogos, con los métodos de las ciencias positivas, en un sinnúmero de sociedades. Los sistemas de parentesco, fundados en la prohibición universal del incesto, obligan a la exogamia es decir al matrimonio con alguien que no pertenece al mismo grupo vinculado por el parentesco, creando de este modo, vínculos de reciprocidad intergeneracional que constituyen la red social sobre la cual descansa la subsistencia y el desarrollo de las sociedades.
La estabilidad o crecimiento de la población, su estructura por edad y la reposición de las personas fallecidas son fenómenos sociales muy directamente vinculados a la familia.
Es en el hogar de la familia, el lugar donde se produce la satisfacción de las necesidades básicas de las personas, la crianza de los hijos, la alimentación, el aprendizaje del idioma, los hábitos de salud, el reposo. La familia se ha asociado históricamente con el hogar, es decir, con el lugar del fuego, en su múltiple significación de calor, preparación de la comida, espacio interior y protegido para el amor, la reproducción humana y para toda forma de sociabilidad desinteresada y gratuita. Si esto puede decirse en forma desagregada de cada familia, en forma agregada, considerando el conjunto de las familias, se puede afirmar que a través de ellas la sociedad se cuida y protege a si misma.
En tercer lugar, la familia es la “célula básica” de la cultura, es decir de la sabiduría humana que se cultiva y transmite de una generación a otra, dando continuidad social e histórica a la comprensión del fenómeno humano.
En cuarto lugar, la afirmación de que la familia es una institución básica de la convivencia social tiene también una dimensión normativa, reconocida por el ordenamiento jurídico. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948 se sostiene que “los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna, a casarse y fundar una familia...La familia es elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado”(Art. 16).


FAMILIA Y SOCIEDAD (II)
Jesús Castillo More
La afirmación que la familia es la “célula básica de la sociedad” no es un reconocimiento a una tradición histórica, a una costumbre o a una convención social, sino la comprensión de que en la familia se producen hechos básicos de la convivencia humana, de carácter “natural” y “universal”que son determinantes para la organización de la vida social, para su preservación y para su entendimiento, que trascienden las variaciones de forma y estilo que pudiesen observarse, en una época o en otra, en un contexto cultural o en otro.
Antropólogos y sociólogos coinciden en señalar que la estructura de las relaciones de parentesco en las sociedades está constituida por tres relaciones distintas, aunque mutuamente relacionadas: filiación, consanguinidad y alianza. Ellas forman la base de la familia. Coinciden también en el hecho de que el sistema formado por este conjunto de relaciones constituye una de las más importantes estructuras de mediación que se establecen entre la naturaleza y la cultura, puesto que se otorga a las relaciones biológicas de reproducción una regulación y una significación propiamente social que permite distinguir y representar la continuidad y diferencia del género humano con el conjunto de los restantes seres vivos.
Ninguna persona se ha dado a si misma la existencia, sino que la ha recibido de otros: padre y madre. Este es el fenómeno de la filiación. La realidad natural de la relación de un hombre y de una mujer se convierte así en una relación socialmente reconocida a través de la institución del matrimonio, culturalmente considerada como una relación de alianza. Para antropólogos y sociólogos queda demostrado el hecho de que esta alianza no es considerada como una mera unión biológica, por la existencia de la consanguinidad, que es la forma de definir la protección del varón y de la mujer frente al incesto. Siempre hay alguna relación sexual que la sociedad define como incestuosa y que compromete la consanguinidad de los contrayentes. Esta prohibición está en el origen de los sistemas de parentesco y ha sido reconocida mucho antes de que el ser humano tuviese ninguna idea acerca de la información genética de la que es portador. Se trata de una prohibición socialmente establecida y sancionada que permite pasar de la consideración de la unión sexual como una realidad biológica, a su consideración como una realidad social y cultural.
La regla de la prohibición del incesto tuvo el efecto práctico de obligar a las sociedades a la exogamia, buscando relaciones matrimoniales fuera de los confines del propio grupo. Esto habría garantizado que los pueblos adquirieran una masa crítica de población suficiente como para reponer a sus difuntos y expandirse demográficamente. Aunque este efecto pueda verificarse empíricamente, se ha demostrado que la razón de la regla es antes cultural que demográfica. Las alianzas matrimoniales de grupos exógamos no se realizan entre dos, sino entre tres: el varón, la mujer y el pariente consanguíneo del que la mujer está protegida por la prohibición del incesto y que, en representación de su familia, la entrega a ella en alianza a la familia del varón. Se trata, por lo mismo, de un acto propiamente social, mediante el cual se contrae una obligación entre dos grupos originalmente desvinculados entre si, a la que se dará satisfacción cuando el hijo nacido de la unión conyugal pertenezca a ambas familias por igual.
Filiación, consanguinidad y alianza conyugal forman así un todo interrelacionado que resulta incomprensible desde cualquier de estas tres relaciones aisladamente considerada. Ellas dan origen a la familia como una “comunidad de pertenencia”, es decir, que no se escoge voluntariamente, como tampoco se ha escogido voluntariamente venir a la existencia. Puede decirse entonces, que la constitución de la familia es la respuesta más racional que la sociedad ha dado al hecho de la dependencia ontogenética de cada ser humano, constituyendo para él un grupo social al que pertenece por derecho propio.

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